Verdades y mentiras sobre la fiesta de Navidad

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Autor: Óscar Margenet

En el último mes del año la fiebre consumista sube y, con ella, aumentan la ansiedad, el nerviosismo y los estados eufórico-depresivos. ¿Por qué ocurre esto cada año?
¿Qué es la Navidad?

La palabra navidad es la abreviación de natividad: natalicio, día del nacimiento. No la encontramos así escrita ni en la versión Reina-Valera 1960 (menciona nacimiento 32 veces). Tampoco Christmas (equivalente a Navidad en inglés) aparece en la versión King James (que menciona a nativity 7 veces y a birth 27). Nunca nos referimos al nacimiento de un niño o una niña como su “navidad”; usamos ese término, exclusivamente, para el nacimiento de Jesús.

En los últimos decenios las grandes marcas acostumbran a apabullarnos con avalanchas de promociones navideñas; en su afán de multiplicar sus ventas nos arrastran en un alocado trajín de compras. Y en esa afiebrada carrera nos olvidamos de problemas irresueltos, de promesas incumplidas y hasta de qué trata la Navidad. El consumismo también desnuda carencias.

Este es un período del año propicio para la reunión de familiares, amigos y compañeros de trabajo; de recuerdo de los que se han ido; de compartir y de regalar. Pero, para muchos, es también época de soledad y tristeza.

Aborrecida, deseada, pero nunca indiferente, la Navidad es para algunos un invento de mercado de grandes multinacionales; para otros –quizás los menos- un tiempo para descubrir su auténtico sentido, lo que aún falta por saber, o la verdad que yace oculta detrás de la fiesta.
Según de qué lado estemos será la manera de vivirla en esta nueva oportunidad.

 

¿Dónde podemos leer sobre el niño nacido en Belén?

El Evangelio narra la historia del nacimiento de Jesús, en tiempos del emperador romano Augusto César, y del rey judío Herodes, en una aldea llamada Belén en la región de Judea, bajo la autoridad civil del gobernador de Siria, de nombre Cirenio. Todos estos nombres son de personas y sitios reales, que pasaron a formar parte de la Historia.

Los historiadores coinciden en que era costumbre del Imperio Romano imponer por la fuerza una rigurosa administración en los territorios conquistados. No era raro que, por esa razón, el Emperador ordenase censos fiscales cada vez que lo considerase oportuno.

Este era uno de esos casos y, entre todos los habitantes que debían empadronarse estaba el joven matrimonio de José y María. Desde su casamiento vivían en Nazaret, en la región de Galilea, donde José tenía su taller de carpintería; y María estaba embarazada de su primer hijo. Así y todo, tuvieron que recorrer unos 110 kilómetros hacia el sur, para cumplir con el censo en la “ciudad de David”, pues ambos eran descendientes del rey más amado en Israel. Como todos los albergues y posadas habían sido ocupados, a causa del censo, el matrimonio consiguió el sitio menos apropiado para una madre con trabajos de parto: un establo.

Sabemos todo esto leyendo el Evangelio escrito por el médico de nombre Lucas (Cap. 1:26-80; 2:1-52) y también leyendo el Evangelio escrito por el ex cobrador de impuestos Mateo (Cap.1:1-25; 2:1-23).

Sin embargo, el día exacto del nacimiento del Jesús no ha quedado taxativamente registrado en la Biblia; tampoco en la historia secular. Precisamente, algunos escépticos se toman de este silencio cronológico para negarle existencia real al niño de Belén. Nos preguntamos ¿qué hubiese ocurrido si Dios nos hubiera permitido saber el día exacto del nacimiento de su hijo?

¿Nació Jesús la Nochebuena del 24, o el 25 de diciembre?

Hay sobrados motivos para pensar que no fue en ninguna de esas dos tradicionales fechas. No tenemos ninguna información acerca de que los primeros cristianos celebrasen la Navidad, en los tres primeros siglos de la iglesia; menos, que el día de nacimiento fuese en el mes de diciembre, cuando es invierno en esa región.

La costumbre pastoril en época de primavera y verano en la antigua Palestina, era la de hacer pastar a los rebaños en corrales de campo con pasturas en las noches de temperatura templada o suave. En esos días no guardaban a sus ovejas en el establo que usaban en otoño, invierno y días inclementes. Porque estaban afuera, cuidando el rebaño de los lobos, los pastores vieron a los ángeles cantando la buena noticia de que un Salvador había nacido en la ciudad de David. Por lo tanto, puede inferirse que sólo podría haber ocurrido hasta alrededor del 21 de setiembre, que es cuando comienza el otoño en esa región.

¿Por qué, entonces, diciembre? La información de una fiesta próxima a la Navidad es la del 18 de diciembre, cuando se celebraba el solsticio de invierno, llamada «Sol Invictus», un culto al sol proveniente de la antigua Babilonia. Es bien sabido que el típico sincretismo del Imperio Romano les llevaba a incorporar rituales de las culturas propias de los países que dominaban. Ese día era propicio para sus orgías, en las que el sentido común y la razón eran adormecidos.

También es sabido que al emperador romano se lo llamaba “Sol” y que así se lo venerase; y que, por decreto imperial se obligaba a los ciudadanos a adoptar la fe de los cristianos, a quienes antes perseguía y masacraba, de a miles. Posteriormente, hizo coincidir aquella fiesta en la que el astro rey sale invicto frente a la oscuridad, con el día (cierto pero no conocido) del nacimiento del Hijo de Dios; pero a una semana adelante como gesto de buena voluntad hacia el Papa, quien trasladó a ese día la Epifanía del 6 de enero (edicto de Milán de 313).

En resumen: la celebración de la primera Navidad, fue un 25 de diciembre en el siglo IV, por decreto del Emperador romano Constantino, siendo el Papa Julio I Sumo Pontífice de la Iglesia Católica Apostólica Romana.

¿Qué significado tuvo y tiene el nacimiento de Jesús?

Regresando al relato evangélico: la aparición de ejércitos celestiales que aquella noche cantaron gloria a Dios ante la mirada de humildes y asombrados pastores; el humilde pesebre donde estaban la madre y el niño; la estrella que guio a los magos hasta la casa de José, María y Jesús; todo ello es una historia que nos habla de la gracia y el amor infinitos de Dios. Esto ya había sido profetizado puntualmente por Miqueas: «Pero tú Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad.” (Miqueas 5:2).

Si lo leemos cuidadosamente todo el Antiguo Testamento apunta a esta pequeña ciudad de la que salieron personas clave que forman parte del árbol genealógico terrenal de Jesús.

«En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió su Hijo Unigénito al mundo para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados». (1° Juan 4:9,10)

Esta celebración es tiempo de regalos. Aunque no deja de ser valioso el celebrar la generosidad y el afecto de una manera concreta, no por ello debiéramos angustiarnos si no podemos hacerlo.

El nacimiento de Jesús no nos habla de un regalo que damos nosotros, sino de uno que nos da Dios. En el pesebre de Belén, Dios nos entregó el más grande regalo de toda la historia: el Hijo amado. La Biblia declara que ese regalo es vida eterna a través de Jesucristo. Que Jesús vino al mundo y nació de la virgen María no es el final de la historia. Él también vivió como hombre perfecto; murió en la cruz por nuestros pecados; resucitó de entre los muertos; está vivo; y pronto regresará para recoger a su novia, la iglesia, para unirse a ella en una nueva dimensión. Ya uno con ella, Jesucristo juzgará a las naciones con Justicia final e inapelable.

El niño de Belén creció, ya grande nunca pidió que recordásemos su nacimiento sino su muerte. Hoy es el Señor de los señores y Rey de reyes. Este suficiente Salvador y único Mediador entre Dios y los hombres es, desde todo punto de vista, el mejor regalo que podemos compartir en esta Navidad. ¿Cómo? Siguiéndole 365 días al año.

Aquél niño nació en un humildísimo pesebre; este Señor y Rey está llamando a la puerta de tu corazón; espera que le abras hoy, pues desea entrar a vivir en él, relacionarse de por vida contigo. Al abrir tu corazón a Él se lo estarás abriendo a Dios. No es – como insisten por allí- que el niño Jesús nacerá en ti; tú eres quien nacerá de nuevo. Descubrirás que eres una nueva persona porque la Navidad ocurrió en ti. Y, recién entonces, tendrás el mejor regalo que jamás hayas adquirido para poder compartirlo con los demás.

Gracias al eterno amor de Dios podemos desearnos, unos a otros, una ¡Feliz Navidad!

Fuente: Protestante Digital