El tiempo de Navidad, es un tiempo hermoso, particularmente, es el tiempo del año que más me gusta. Y es que veo como se generan cambios en todo nuestro ser, generalmente, la gente está más alegre, se torna más familiar, tiene deseo de encontrarse, celebrar, compartir, surge el deseo de arreglar todo, de conectar con la belleza.
No obstante, creo que no es magia, hay que ir haciendo de este tiempo, algo nuevo, es decir, preparar cosas para que el tiempo sea bonito y divino, donde se renueven los afectos, se fortalezca la convivencia, y se abra el corazón a lo bueno y pleno.
El tiempo de Navidad, es tiempo de amor, y como dice Juan 3,16 “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito”. Es la expresión del amor de un Dios, que se ha hecho humano, el Emmanuel, el Dios con nosotros/as. Es la presencia de una divinidad que se mezcla con la humanidad, y se hace parte en las etapas del ciclo humano, por eso, en la Navidad, celebramos al Dios niño, y para el cristianismo, el adviento, que es la época de preparación hacia la Navidad, representa la etapa anterior al nacimiento, la vida intrauterina, es por tanto, que recordamos a un Dios que se adentró en el útero de una mujer para, como todo ser humano, nacer.
Crear un espacio interior
La vida se da en el interior, dentro de un útero que le sostiene y prepara para vivir. Y por ello, queremos preparar en esta época, el espacio interior para anidar metafóricamente, espiritual y emocionalmente, el lugar donde nace, quien da sentido a la Navidad, el Emmanuel, que habita en nosotros y nosotras.
Y para ello, hacemos el paralelismo y vemos que en este tiempo de festividad, nos ocupamos de los espacios exteriores, así, pintamos la casa, decoramos, ponemos las luces, los regalos, comidas, bebidas, fiestas. Sin embargo, es importante recordar cuál es el verdadero sentido de este tiempo.
Y en medio de la fiesta, del ruido y la comida, se abre la invitación a crear este espacio interior, en el cual podamos conectar con la grandeza de lo que celebramos, con la maravillosa idea de poder sentir que Dios hace su cunita en el interior para nacer allí.
Cómo hacer para preparar el espacio?
Lo mismo que hacemos en el exterior para recibir la Navidad, es lo mismo que podemos hacer en el interior para el recibir el que da sentido a este tiempo. Limpiar, lavar, pintar, adornar, decorar, poner luces, celebrar, compartir, vivenciar… cuando esas cosas pasen en el interior, podemos decir que estamos creando un espacio para poner el belén de la Navidad.
El belén de Navidad
En la edad media, en el año 1223 aproximadamente, se recoge la primera historia del nacimiento Jesús manifestado en un pesebre, belén o nacimiento, como se le llama, y se le atribuye a San Francisco de Asís, quien instaló el primer nacimiento viviente, colocando todas las piezas de la historia acontecida en Belén.
Entrar en la metáfora de abrir el corazón en este tiempo de Navidad para que se haga el belén, es lo mismo que decir, que nos preparamos para que se realice en nuestro interior el misterio de la Navidad, y esto va creando algo bueno y bonito. Sucede un cambio, una transformación profunda, es la casa interior, un espacio disponible para que Dios se haga presente, dejando una estela de bienestar tan arduo que podamos abrir el equipaje y compartir con otros y otras.
Al final de este proceso, recordamos que lo que estamos celebrando tiene un sentido histórico, espiritual y divino. Y en Lucas 2, 7 se nos muestra que: “Dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón”.
Que la belleza de la Navidad, habite en el belén de nuestro interior, y permita cambios tan significativos, que cada persona que se acerque se lleve consigo parte de este misterio. Y será bonito testimoniar al mundo y decir: ¡Feliz Navidad! Felicidades por siempre!