Por Estela Brioso M
En países donde se marcan las estaciones, estas se convierten en un aprendizaje, ahora en el hemisferio norte es otoño, y se observa con que maestría caen las hojas, y con que destreza los arboles van soltando dichas hojas.
Escribir es un ejercicio, y en un momento pensé en qué baso la reflexión de hoy, y fue cuando recibí una foto que me compartió una amiga, y muestra una mañana de otoño en Escocia, y es esa foto la que me inspiró con estas líneas.
En la foto se ve el arte del árbol de soltar a quienes vivieron con él un largo tiempo, a quienes experimentaron el calor del sol, el fresco del rocío y de la lluvia, el colorido de la primavera, hasta llegado el momento de cerrar un ciclo, donde las hojas van y cumplen otro propósito.
Las hojas que cumplen su propósito caen
Una de las cosas que más nos afecta como seres humanos es el apego, y de hecho es lo que más nos hace sufrir, pues nos impide, el apego, muchas veces, avanzar hacia los caminos del desprendimiento, de saber soltar en su tiempo y momento, nos impide ver con facilidad que cuando algo ya cumplió su propósito, es necesario despedirlo y darle las gracias por todo lo que fue.
Es una ley de vida, que cuando el árbol siente que las hojas ya cumplieron su propósito, entonces en un mutuo acuerdo entre las hojas y el árbol se permite soltar y caer. Y al hacer una analogía de la vida humana, creo que es de mucho aprendizaje este bello ejemplo que nos proporciona la naturaleza.
Dejar caer es lo mismo que soltar
Soltar todo lo que ya cumplió el propósito es favorable pues permite cultivar el arte de no acumular, del desapego y de la gratitud. Soltar y agradecer, pues solo con una acción de gratitud, luego de haber vivido la experiencia de tener algo y contar con ese algo, es como se cierra el círculo, y se inicia una nueva vivencia.