Crónica de un diente menos, un ratón burlado y una familia en crisis

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Raulito, el protagonista de la historia

 

Cristina Marrero
Periodista

Si cada cabeza es un mundo… Cada familia debe ser un universo

 

Por Cristina Marrero

Si cada cabeza es un mundo… Cada familia debe ser un universo peculiar y complejo: Algunas, serias y tranquilas. Otras, sumergidas en su andar cotidiano. Y tantas como la mía: Una tragicomedia.

Raúl y yo somos un equipo. Padres que aportan su mejor esfuerzo para la crianza y bienestar de sus hijos de 6 y 3 años. El “éxito” general es causado por nuestras mayores diferencias. Donde yo aporto drama, Raúl equilibra con templanza; donde el endereza, yo aderezo . Esto no siempre es tan perfecto como piezas de un rompecabezas, pues la disparidad de carácter se nos antoja odiosa, de vez en cuando. Yo dejo de ver su prudencia como una virtud y a él mi agudeza le parece locura.

Veamos por ejemplo de “la novela” de ayer:

Raulito llevaba semanas con un diente flojo (el segundo para caerse). Yo, que soy nerviosa para la sangre, el dolor, las cucarachas, los locos con palo y algunos testigos de Jehová; no podía ni mirar el vaivén del diente empujado por su lengua en momentos de aburrimiento. Papá era del pensamiento que había que “ayudar” la pieza en su proceso de desprendimiento. Yo carecía de opinión alguna, puesto que lo había dejado operando ese departamento… Excepto cuando después del cepillado y con infinita paciencia papá aflojaba el solitario diente frontal, hasta que la cría gritaba; y yo, cual fiera protectora, al otro lado de la puerta:
-¡DÉJALO!, como una única intervención de emergencia.

La semana pasada tocó dentista. Yo tenía la esperanza de que el calvario matutino terminara de golpe y porrazo en manos del especialista, que resultó más ñoño que yo:
-¡Ay nooo! Cómo le voy a sacar su diente, ahora que me está cogiendo confianza.

Así me enteré que la recomendación general (salvo algunos casos) es no forzar una extracción, sino permitir que la perlita de leche gotee con naturalidad.

Cuando llegamos a casa, con el orgullo de mujer IN-sumisa e IN-sometida, le anuncio al “cabezo” del hogar que por instrucción médica debe dejar la boca de Raulito tranquila. Como ocurre con la mayoría de los hombres cuando su mujer ofrece dirección, expresó su desacuerdo al afirmar que le preocupaba que su dientecito se perdiera. En ese sentido Raúl es mucho más detallista que yo. El guarda hasta un pelo que le cayó en el plato de aquel restaurante que le trae buenos recuerdos. Yo, en cambio, que tiré a la basura los ombligos de mis hijos recién nacidos, no tenía ningún interés en conservar toda la caja de dientes. Con uno es más que bueno y vamos en coche.

 

Los días pasaron y finalmente ayer, cuando Raúl aún no había llegado del trabajo, en el cepillado de la noche, Raulito me enseñó que estaba sangrando. Lo puse a hacer buches de agua con mi mano temblorosa y sonrisa fingida. En serio, la sangre me marea. Pasó mucho rato antes de que llegara Raúl y a propósito no los dormí. El diente se veía tan flojo que fácil salía y a Raulito le hacía ilusión el tema del Ratón de los dientes. Como pasaron dos horas, al niño le dio hambre y me pidió un “sweet roll” y yo se lo di. Volvimos a la cama. Pasa rato, llega papá. Yo bien contenta le digo que ya su diente está listo para caer. ¡Ay Dios! Cuando Raúl le dice al niño:
-Deja verte. Luego agrega: – Pero, Raulito, ¿Dónde está el diente?
Y comenzó la obra.
Cuando miro, Raulito no tenía ningún diente, nadie sabía nada y no habían testigos. Yo empiezo a reír como una loca (todavía no puedo explicar bien que me
pasó, pero creo que como era el terror del papá, me dio risa la ironía).

Mientras las lágrimas me bajan, Raúl me acribilla con la mirada y le dice a Raulito:
-¡TE LO TRAGASTE! Y ahí se suma el niño al mar de lágrimas. Yo de risa y el de pena. Le explicamos que no pasa nada, que le mandamos un mensaje el ratón y el igual le va a dejar su dinero. Nada sirvió. Llanto sigue. Él estaba consternado. ¡No podía creer que se lo tragó sin darse cuenta!.
A mi me daba demasiada gracia la situación: Por un lado Raúl, que mientras más le molestaba mi risa, a mi más histeria me causaba. Por el otro lado el muchachito, que debido a sus “issues” sensoriales no puede sentir un montón de texturas en la boca. Le dan nauseas o hasta vomita. Pero, ¿en serio? ¿Le hace nauseas a una mísera hoja de perejil confundida en una salsa, pero el diente no lo notó?, ¡me resultaba insólito!

El niño estaba desconsolado, así que Raúl y yo tuvimos la misma idea. Yo empecé a decirle a Raulito que dudaba mucho que en realidad se lo hubiera tragado, que para mi estaba en la cama o el suelo. Mientras tanto, Raúl fue a buscar el primer diente que tenía guardado (que por cierto, yo ni se donde lo guarda). Sutilmente lo puso en el piso para que él mismo niño lo encontrara, y así pasó.
Oh sorpresa. Volvió la paz… Hasta que miro la cara de Malena, serena hasta el momento y no pude evitar repetir la escena con ella -que no tiene ningún diente flojo-.
La miro, abro los ojos, la señalo y le digo en el mismo tono que usó minutos antes Raúl:
– ¿Y tú diente? ¿Dónde está?
La cara de esa niña se desfiguró por un instante, cosa que provocó un nuevo ataque de risa -que por lo que analizo, había sido la única que había encontrado gracia en todo el suceso-. Pero, claro, Malena es un torbellino. Malena es “risa nunca llanto”, y cuando hay llanto es falso. Ella me vio reír y se contagió fácil, aun cuando el foco de bullying esta vez era ella. Malena es pura madre. Raulito puro padre.
Anoche, Raúl y Raulito se durmieron exhaustos por tantas emociones. Malena y yo dormimos con hipo de tanto reír.

«Me encanta este universo loco que gravita bajo mi techo».

El Señor, en su infinita sabiduría, nos creó a todos perfectamente diferentes. Qué Dios bendiga a los hombres de calma, como mi papá, mi esposo y mi hijo; así como a las mujeres inquietas, como mi mamá, mi hija y yo. Qué Dios bendiga a la mujer serena y al hombre de ritmo sagaz. Juntos creamos el balance perfecto. ¡Como la boca de Raulito ahora!  Parejita sin los dos peloteros.