Y vendía la niña al filo de la medianoche flores marchitas que nadie compró.
Imaginé que ese delgado cuerpo debía estar durmiendo para levantarse e ir a la escuela a estudiar y tener otro futuro mejor.
Pero no, la mandaron a trabajar, unos padres irresponsables y criminales, se crió en las calles, haciendo un trabajo de adulta.
Su cuerpo aún en desarrollo se acercaba a los autos, nadie se inmutó, ni la miraron siquiera.
Avanzada la madrugada abordó un auto, quizás vendió su cuerpo a un pedófilo que a lo mejor ni le dió ningún pago o fue engañada porque las niñas no tienen edad para consentir relaciones sexuales.
Con estampas como estas crecen miles de niñas en todo el mundo, producto de la explotación del trabajo infantil.
Y duele la indiferencia de tantos, de los de arriba y los de abajo que tampoco protestan por este abuso rampante y visible. Convirtiéndose con su indiferencia cada día, en cómplices del daño emocional a nuestros niños que deambulan por ahí limpiando zapatos, vendiendo maní tostado
Responsables del daño a nuestras hermosas niñas que no jugaron con muñecas porque tenían que buscar dinero y llevarlo a sus hogares.
Y se convierten en mujeres a destiempo, usan drogas, las agreden y en esas mismas calles las abusan físicamente y sexualmente .
Duele la niñez robada, ultrajada, explotada.