Por Tomás Gómez Bueno
Creo que la medida que regula en el Metro y Teleférico de Santo Domingo la realización de cantos, actos, oraciones o discursos de proselitismo político o religioso, que afecten la tranquilidad, no atenta ni contra la libertad de expresión ni tampoco contra la libertad de culto.
Entiendo que ciertos espacios y medios públicos, para garantizar la tranquilidad de todos, deben estar sometidos a algún nivel de regulación u orden. Estas medidas publicadas en el nuevo Manual de Usuarios de la Oficina para el Reordenamiento del Transporte (OPRET), creo que son correctas y no debemos alarmarnos por eso.
No sería sensato negar que hay hermanos evangélicos que alteran el orden en este medio de transporte alegando que están predicando el evangelio. Lo mismo da si lo hicieran otros propagando sus particulares puntos de vistas, sean políticos, de cualquiera otra religión credo o filosofía.
En el Metro de Santo Domingo a nadie le están prohibiendo expresar lo que cree, lo que le están indicado es que la expresión de lo que usted cree no debe afectar el derecho al sosiego y la paz que tienen otros usuarios del medio, interdependientemente de la creencia o ideología que se quiera promover.
Con mucha frecuencia en este medio de transporte se maltrata el mensaje y el contenido del evangelio y se perturba y se lleva desasosiego e intranquilidad a los usuarios. No creo que haya restricción alguna si usted quiere conversar sobre sus ideas, y sus oyentes próximos asienten en escucharlo. El manual de Usuario de este transporte no lo prohíbe esto y no lo puede prohibir.
Hay en este manual otras medidas como realizar movimientos bruscos o saltos al interior de las cabinas, pero no creo que a nadie se les puede ocurrir que con esto se está atentando contra la libertad de movilización individual ni mucho menos.
Son medidas de orden, son buenas y, sobretodo, no nos impiden predicar, lo que si nos impiden es hacer desorden público a nombre del evangelio. Cuando usted aborda a alguien con un tema de interés cristiano está predicando, muchas veces con mayor impacto que si estuvieran vociferándole a todo el mundo.
Es claro que el contenido de este manual no atenta contra nuestras libertades públicas, incluyendo la libertad de expresión y la libertad de culto. Simplemente es un asunto de regulación y orden ciudadano, que mucho hace falta.
Si la ley cumple su fin supremo, si tiene aplicación correcta y apunta a establecer los niveles de orden y convivencia deseados, entonces no creo que deba haber problemas. La ley cuando responde al interés del bien colectivo ni perjudica a nadie ni favorece a nadie. El fin supremo de la ley es garantizar las libertades esenciales de todos en un orden de aceptación y consenso colectivo. La ley no puede garantizarle orden a un grupo y desorden a otros.
La ley debe garantizarles a todos, en cualquier medio de transporte público, la paz y el sosiego a que todos debemos aspirar. Y hay que decir la verdad, algunos hermanos que abordan medios de transporte como el Metro y otros montan un verdadero show de terminal a terminal.
Hay algunos hermanos que sus predicas son una verdadera alteración del orden y el sosiego público. Si hay una ley que regula esto, el evangelio de Cristo no queda en desventaja porque el evangelio de Cristo es orden. Es más, yo me atrevería a decir que con normas de este tipo el evangelio sale ganando. Se trata de un asunto de sentido común.