Por Jessie Cepeda
La adolescencia es una etapa muy sensible en la vida de las personas porque implica un tránsito entre la niñez y la adultez
donde el carácter del individuo se empieza a moldear, los gustos y la identidad comienzan a tomar una forma más definida y un proceso de autodescubrimiento surge. Los adolescentes entran en una ansiedad social por ser aceptados en un grupo o se vuelven mas vulnerables a los conflictos familiares que sus hogares puedan albergar.
Las drogas están muy presentes en nuestra sociedad, desde el alcohol y los cigarrillos hasta otras más complejas e ilegales, todas de fácil acceso. Afortunadamente, la experimentación con las drogas no desemboca en adicción en la mayoría de los casos, aunque esto depende de la potencia de la droga, pues el adolescente solo busca probar, salir del aburrimiento, pasar un buen rato o demostrar algo momentáneamente ante sus compañeros. Como casi todo en la vida, la dependencia de drogas se puede evitar con educación, las escuelas deben mantenerse impartiendo charlas para empoderar a los jóvenes a decir no, para que aprendan las secuelas del uso de estupefacientes y para que posean de antemano la información que los protegerá de relaciones interpersonales tóxicas. Naturalmente, los padres deben integrarse en esta lucha y dejar a un lado los miedos y la reticencia a hablar en casa de estos temas con sus hijos por la falsa creencia de que tocar el asunto podría incitar el consumo, porque los progenitores son los principales orientadores.
El tipo de adolescentes más vulnerables en caer en el abuso de drogas son aquéllos que las utilizan para tapar carencias, evadir la realidad, encajar en un entorno que ha normalizado el consumo, la automedicación o consolar los sentimientos de vacío existencial. La situación se agrava más cuando el adolescente continúa consumiendo a sabiendas del daño que se está provocando porque es un indicio de baja autoestima y de que no le da importancia a su vida.
La mejor manera de apalear el consumo excesivo de drogas es, pues, afrontando de raíz la razón que los condujo a la adicción. Los especialistas en el área de la salud mental son cruciales en este proceso porque son los que tienen las herramientas para orientar al adolescente en identificar qué le agobia y cuál es la forma más saludable de remediarlo, que usualmente sería que los padres suplan esa falta de afecto. En caso de que el problema que originó el abuso de drogas no se pueda reparar, la angustia se puede neutralizar realizando actividades recreativas y productivas como hacer deporte, aprender una disciplina musical o trabajar honradamente, todo esto ayudaría a elevar el autoestima del joven y a que se sienta y sea útil en la sociedad.
El consumo de drogas es algo muy peligroso, con especial énfasis en las secuelas en el funcionamiento social del individuo, debido a alteraciones por daños a veces permanentes en el cerebro, como destrucción masiva de neuronas y engendrar enfermedades degenerativas. Estos deterioros afectan la motivación, la memoria, la estabilidad emocional y el equilibrio del sujeto. Las personas que rodean al adicto, dígase su familia, sufren también al ver al adolescente en esas condiciones, asimismo el joven pierde amistades y se observa un desinterés en los estudios y sus actividades favoritas.
Las consecuencias anteriormente mencionadas son las menos graves si tomamos en cuenta que el mayor riesgo de los consumidores es la muerte, esto sí que no tiene vuelta atrás. Para concluir, solo hace falta recordar que todo adolescente que consume lo único que necesita es recibir el amor incondicional y afecto de sus padres.