Un país que no invierte en recreación artística como el teatro, la música y la danza es un Estado que está fabricando ciudadanos robots.
Por Jessie Cepeda
La expresión artística es algo muy personal y casi exento de ser calificable por su misma naturaleza subjetiva, una obra de arte puede sí ser evaluada por qué tan eficaz fue su poder de despertar emociones en aquéllos que recibieron el trabajo.
El arte es aquéllo que da color y armonía al mundo, lo que hace que el universo no sea inerte, es lo que rompe la monotonía del día a día para abrir paso a la creatividad. El arte es un reflejo de lo que se esconde en la intimidad del artista y nos permite contemplar su cosmovisión.
El arte es para muchos su primera vez con el sentido de la disciplina; las clases de ballet, las lecciones de solfeo e instrumentos, las clases de coro y funciones de teatro se alejaban de la cultura popular de la impuntualidad. Los maestros de educación artística formal suelen ser más rigurosos con el orden que los demás.
En muchas partes del mundo, el arte no se valora tanto como se debería, como si estuviera en un plano inferior a las ciencias básicas en una sociedad, sin embargo, ambos campos son igualmente importantes. Un país que no invierte en recreación artística como el teatro, la música y la danza es un Estado que está fabricando ciudadanos robots, las personas necesitan sacar su lado artístico tanto en sus actividades de pasatiempo o extracurriculares como en las horas de trabajo porque complementará el resultado con un toque de vida para que no se quede aburrido.
El arte es un ingrediente con mucha más potibilidad económica de la que pensamos. Aquellos países que sí le han dado al arte la importancia que se merece y han invertido en conservar sus creaciones artísticas, por ejemplo, construyendo museos, dando mantenimiento a estatuas o añadiendo el toque artístico en su urbanismo han conseguido producir grandes fortunas en la industria turística porque la gente se dirige hacia donde haya vida y el arte es vida.
A través del arte los seres humanos forjamos nuestra identidad y le dejamos saber al mundo lo que y quiénes somos, plasmando nuestra esencia en nuestros vestuarios, en la decoración de nuestra habitación, la ornamentación de nuestra oficina de trabajo, nuestra colección musical y nuestra caligrafía. El arte nos hace ser autocríticos y cuestionar lo que nos rodea.
El arte tiene un valor terapéutico porque en un mundo ajetreado, práctico y metódico como en el que vivimos, cuando hacemos una pausa para escuchar una melodía, contemplamos una pintura o leemos una poesía, nos recordamos que la vida también puede ser bella, conmovedora y recobramos los ánimos para seguir adelante.
El arte, entendido universalmente como subjetivo, contribuye a la empatía y al respeto porque en vez de juzgar la obra del autor, interpretamos su creación como simplemente su forma de expresar al mundo quién es y no lo valoramos como algo feo o bonito.
Los humanos somos artistas por naturaleza y el arte es comunicación, por tanto queda más que clara la importancia del arte en el proceso de elaboración del mensaje y en la interacción emisor-receptor para que lo comunicado sea ente de positivismo y de paz.
El arte sensibiliza las fibras del corazón humano y cuando nos volvemos seres sensibles construimos una mejor sociedad libre de violencia, de crímenes, de odio y de apatía para con los conciudadanos.